La democracia es un medio

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El objetivo de la democracia no es solo negociar los asuntos públicos, que también, sino permitir que el ciudadano/na desarrolle su potencial humano. Por lo que entendemos, que la Democracia parlamentaria es un medio, que no un fin.  La vida democrática no se limita a desarrollar un gobierno eficaz, sino que deber resolver problemas, y asegurar la libertar de los hombres/mujeres.




Es fácil percatarse que, tras la caída el fascismo y del comunismo, los ciudadanos/as  se comunicarían libremente entra sí, por lo que la democracia llegaría por sí misma: ¡la suerte está echada! Nuestras condiciones de vida físicas y mentales, hoy en día, han mejorado notablemente; en la España de nuestros abuelos, principios del siglo XX, se vivía sobre cincuenta años, pero ahora las mujeres alcanzan los ochenta con facilidad y los hombres llegan a los setenta y cinco. El tiempo los hemos descubierto los hombres–nuestras mentes–, pero el mismo no pasa, pasamos nosotros; existe el instante, pero nada más. Todo lo pasado es memoria, todo lo futuro es imaginación. Safo, gran poetisa griega, escribió: “Estos labios blancos, pálidos y cuarteados que apenas cubren mis dientes, que no se sostienen en las encías;(…) porque sigo deseando el sol, sigo deseando los campos…”.Y es que vivir quiere decir soñar.




El llegar a ser anciano no tiene por qué convertirse en un camino sombrío, en un trayecto penoso. Pero lo cierto es que, en nuestra civilización actual-por así llamarla, pues en muchas ocasiones damos muestras inequívocas de estar poco civilizados…-, la vejez la estamos transformando en un problema emocional-nubes emocionales vestidas siempre de lutos. Y es que muchas familias tienden a aparcar-como si de coches-chatarra se tratasen-, a sus más queridos seres–viejos- en cualesquiera residencias, donde los sentimientos humanos se transforman en piedras de granitos arcaicas , donde las ilusiones desaparecen todos los días cuando se acuesta la luna. Y esto ocurre cuando las personas mayores saben, mejor que nadie, qué es importante en la vida, qué es accesorio, qué merece la pena hacer o desarrollar, qué amor es el verdadero y cuál es el falso…




Sí, desde luego, es cierto que los humanos llevamos anexa-a nuestras mentes-la soledad cuando nos encontramos mermados en nuestras facultades físicas y mentales. Porque nuestros vínculos con los hijos-familias generalizadas-, se van debilitando progresivamente a medida que cumplimos más años. ¡Y qué no falte la madre-mujer- eje fundamental y necesario por el que rodamos todas las familias! Los encuentros con el entorno familiar van siendo-poco a poco- menos frecuentes. Si convivimos con nuestros descendientes-hijos e hijas- nos vamos sintiendo como «pesadas cargas».

Hoy por hoy no es raro comprobar que el anciano/anciana cambie, con cierta frecuencia, desde el domicilio de un hijo al de otro: en cortos espacios de tiempo. Uno, cualesquiera, todos los que somos protagonistas de la senectud-período natural de la vida humana-, llegamos a entender que somos… viejas maletas-rotas y desteñidas-que se van pasando de mano en mano nuestros descendientes, tal y como si nadie las quisiera. ¡Qué triste resulta nuestra vejez! Esto fomenta, indudablemente, que el anciano deje de entender que la vida, y hasta nuestra muerte, tiene un sentido y muchas finalidades: respetémonos y amémonos los unos a los otros, que esta es la verdadera religión del ser humano. Atrás quedan los cristianos, los mahometanos, los católicos, los budistas….: todas las religiones que tienen un solo Dios: el Dios de todas las religiones. Y comprendo que, si cada día tenemos un sueño, una ilusión, una tarea a desarrollar, de esta manera moriremos-poco a poco-sin darnos cuenta.




Estadísticas consultadas al respecto apuntan que éramos -uno se incluye también-siete millones de jubilados en el año 2003. Y es que cada día somos más los jubilados. Por lo que hace falta estimularnos-unos a otros-para que, en cierta medida, reconsideremos que seguimos poseyendo un presente y un futuro-este último más precario con proximidad a la muerte-, para que al final podamos luchar todos unidos contra la inactividad, contra la pérdida del amor de nuestros semejantes, contra la hostilidad de la que da muestras la propia sociedad en la que vivimos, que es proclive-cada día más- a una eutanasia acomodaticia para poder heredar al que se invita a morir, y desde luego, mejor antes que después. Y así forzarnos a emprender nuestro último viaje.




Entiendo que es bueno irme antes, dado que las mujeres son más diestras en defender y entender-polluelos de las familias-, a sus hijos . Iré a dar con mis quebradizos huesos a cualquier residencia. Hombres y mujeres, mujeres y hombres condenados de por vida a dialogar y pensar-con jubilados de edades similares- sobre el pasado, y esto es muy triste. De alguna manera se anula el binomio experiencia/ entusiasmo- Es decir, el dialogo entre adultos y jóvenes. A estas casas de acogimiento-mal llamadas de la «tercera edad»: no existen edades para la muerte-, las deberíamos de llamar o conocer por su propio nombre: paredes muertas de mi propia soledad. Hay un proverbio chino que así reza: «De jóvenes somos hombres, de viejos niños». Pues bien: ¡Cuidemos a los niños!




El día que mi costilla me falte-mi nunca bien valorada Mercedes-,hare agua por los cuatro costado Con mi presente y sin futuro necesariamente,  la vida en la vejez tiende a refugiarse en el pasado: ¡Qué tristes perspectivas de vida se avecinan para las personas mayores! Pienso, muchas veces, que es provechoso reírse de un mismo e, incluso, de nuestra propia sombra: de esta manera descubro lo poco que sé, y lo mucho que me queda por aprender. Henri F.Amiel, Journal íntime, II, 181, dejó para la posterioridad: «Saber envejecer constituye la obra maestra de la sabiduría y es una de las partes más difícil del arte de la vida».

La Coruña, 8 de diciembre de 2020

© Mariano Cabrero Bárcena es escritor

Cada época viene determinada por una enfermedad preponderante

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Cada época viene determinada por una enfermedad preponderante. Quien no ha tenido una depresión no puede comprender lo que es la tristeza.. La nuestra tiene su máximo representante en la depresión. Padecemos otra a la que conocemos con un nombre: el cáncer. Podemos considerar a la primera como más frecuente. A la segunda, como la más grave.

Vérselas con la depresión y luchar contra ella es harto difícil aquí y ahora. La sociedad que nos ha tocado vivir (¿esa maravillosa democracia española, que nos habla del Estado de Bienestar para todos, que nos habla de la igualdad de oportunidades, que nos habla de viviendas asequibles para nuestra juventud?) ha ‘roto aguas’, y ha relegado a las personas longevas, única y exclusivamente, para que emitan su voto cada cuatro años. A lo sumo ha construido unas pocas residencias -jaulas de soledad- donde podemos ir a morir, y, desde luego, ser olvidados por propios y/o extraños. Eso sí, para morir con tranquilidad, llevando sobre nuestras espaldas sacos pesados con tierras cargadas de olvidos, penas y sinsabores.

“Llevamos inserto un mundo de miedos: miedo al amor, al infarto de miocardio, al cáncer, al Sida, miedo a perder la cabeza, miedo al sufrimiento, miedo al dolor”

Otro enfermo de depresión se manifestaba de la siguiente manera: «Siento, a veces, las pisadas de alguien que camina cerca de mí, y creo –ilusión pérdida– que me están espiando, que saben –algo o todo– de mi cita que tuve ayer con la señorita, por así llamarla, dado que está casada, con marido y escopeta, con escopeta y marido«.

Más tarde, continuó diciendo: «No tropecé con almas que amé –hombres y mujeres, compañeros míos–, porque habían fallecido. Y pensar que pude haber sido el último hombre/mujer sobre la tierra, si al salir por la mañana temprano la ciudad estuviera ya muerta… Y pensar que pude haber sido el último hombre/mujer sobre la tierra… sin llegar a tener el tiempo necesario para escribir mi último poema».

Si a la Soterraña vas, ve que la Virgen te espera que por esta su escalera quien más baja, sube más. Pon del silencio el compás a lo que bajas pensando baja y subirás volando al cielo de tu consuelo que para subir al cielo siempre se sube bajando (Gabriel y Galán, 1894-1905).

Y es que mi cerebro, que no duerme, así me lo ha manifestado, y tengo miedo, mucho miedo, porque puedo llegar a desarrollar ansiedad y depresión. Porque tengo miedo de convertirme en un ser irritable, que, perdiendo mi memoria, pueda perder también mi capacidad de concentración. Todo esto, y mucho más, me ha revelado mi cerebro.

A los ojos penetrantes de mi buen amigo, que tanto sufría y hacía sufrir sin darse cuenta, le recomendé la lectura de los siguientes versos, para que bajando en el desarrollo de su enfermedad, pensase que habría de ‘subir bajando’ a su pronta curación:

“La sociedad que nos ha tocado vivir tampoco nos ayuda a superar estas barreras del intelecto. Es lógico que nuestro estado de ánimo se deprima, amén de que nuestra cotidiana vida está llena de preocupaciones y desasosiegos”

Vérselas con la depresión y luchar contra ella es harto difícil aquí y ahora. La sociedad que nos ha tocado vivir (¿esa maravillosa democracia española, que nos habla del Estado de Bienestar para todos, que nos habla de la igualdad de oportunidades, que nos habla de viviendas asequibles para nuestra juventud?) ha ‘roto aguas’, y ha relegado a las personas longevas, única y exclusivamente, para que emitan su voto cada cuatro años. A lo sumo ha construido unas pocas residencias -jaulas de soledad- donde podemos ir a morir, y, desde luego, ser olvidados por propios y/o extraños. Eso sí, para morir con tranquilidad, llevando sobre nuestras espaldas sacos pesados con tierras cargadas de olvidos, penas y sinsabores.

Nunca he tenido la vocación para ser médico, pero, si lo hubiera sido, habría practicado ‘el arte de curar’ con todas sus consecuencias -curando el cuerpo, sin duda, se cura muchas veces el alma-. Nuestra alma que navega negra por el mundo actual que nos ha tocado vivir, nuestra alma que nos duele y llora lágrimas de invierno: muchas hambres y muchas guerras, hambres y guerras. Es decir, trabajaría en la medicina pública a cal y canto, olvidándome para siempre de la medicina privada, no tengo nada contra ella, pero entiendo que ésta resta el suficiente tiempo –tan necesario para atender a tantos enfermos en lista de espera– de la Seguridad Social española.

La sociedad que nos ha tocado vivir tampoco nos ayuda precisamente a superar estas barreras del intelecto. Pensamos y actuamos, como seres humanos que somos. Y es que la panorámica mundial es problemática: guerras fratricidas, violación de mujeres -con resultado final de muerte- y sus derechos, malos tratos psíquicos y físicos a menores, detención ilegal de menores que desaparecen para siempre, etcétera, etcétera. Bajo este contexto, es lógico que nuestro estado de ánimo se deprima, amén de que nuestra cotidiana vida está llena de preocupaciones, desasosiegos e inquietudes que degeneran en un estado de ansiedad y, que al final, concluyen en la tan temida depresión: el mal psíquico de nuestro siglo XXI.

«¡Hoy tengo un mal día! ¡Todo lo veo negro! ¡Me duele el corazón!», solemos decir, como si dicha víscera muscular fuera capaz de detectar dolores. Dentro de estas afirmaciones y otras similares llevamos inserto un mundo de miedos (fobias, muchas veces): miedo al amor, al infarto de miocardio, al cáncer, al Sida (Síndrome de Inmune-Deficiencia Adquirida), miedo a perder la cabeza, miedo al sufrimiento, miedo al dolor, etc.: tantos miedos juntos crean barreras, barreras en nuestro intelecto. Todos estos temores que nos amenazan –en los prolegómenos del siglo XXI– al mismo tiempo, nos conducen inevitablemente al gran miedo que todos llevamos dentro: nuestro miedo a la muerte.

Pues si un doctor en medicina nos proporciona el bienestar del cuerpo, el equilibrio emocional, y, al mismo tiempo, nos mitiga la violencia de algunas enfermedades –en la medida de sus fuerzas–, el dolor que acude rápido a nuestra alma será siempre más llevadero. Nosotros –los mortales–, que somos meros pasajeros en tránsito, buscaremos siempre aquello que nos une con nuestros semejantes: el mismo origen, el mismo hábitat, el mismo destino…; y olvidaremos lo que nos diferencia: religión, xenofobia, racismo, idiomas diferentes, pobreza, etc.

La Coruña, 15 de mayo de 2019

Mariano Cabrero Bárcena es escritor