Convivir unos con otros nos conviene

Ser personas amables y tolerantes

Ser personas amables y tolererantes

OPINIÓN / Puede ocurrirnos a cualquiera, y así lo hago saber, que es muy fácil el convertirnos en actores de cualquier página de sucesos(…)

Convivir unos con otros, evidentemente, nos conviene. Aunque un grupo, más bien reducido de personas, está formado por mujeres y hombres envidiosos, vengativos, psicópatas, violadores, asesinos… Bueno sería recordar: la inmensa mayoría de personas son compasivas y tolerantes. Prueba de los que digo es que estamos perdurando hasta el día de hoy, sacrificándonos los unos por los otros.

La violencia que se emplea para matar va unida inexorablemente al poder, al ejercicio del poder que no acata normas ni leyes

Tocante a la violencia debo decir lo siguiente: «(…) que los seres humanos heredamos rasgos genéticos, que han de condicionar el resto de nuestras vidas, pero después estamos condicionados por la cultura y la acción de las fuerzas sociales. En fin, el hábito que crea el miedo -en nuestros cerebros- nos hace proclives a contraer una enfermedad muy frecuente en nuestros días: la tan traída y llevada depresión, que es una enfermedad bastante generalizada».

Todo esto bajo mi humilde opinión. Puede ocurrirnos a cualquiera, y así lo hago saber, que es muy fácil el convertirnos en actores de cualquier página de sucesos: si hacemos autostop en cualquier carretera inadecuada, si hacemos deporte al aire libre en lugares no cerrados, si circulamos tranquilamente con nuestro vehículo de motor y viene otro y nos lanza con violencia -cuando conduce bebido con cuatro copas de más-, si nos encontramos tranquilamente en nuestros domicilios y varios desalmados violentan nuestras puertas y nuestros cuerpos, etc., etc.

Entonces, inevitablemente nos estamos convirtiendo en víctimas propiciatorias de la propia violencia, que siempre engendra violencia. No obstante, todo lo reseñado con anterioridad viene perturbando el panorama mundial en relación con la violencia, el horror y, en gran medida, con la incertidumbre política y económica que estamos atravesando todos los habitantes del globo terráqueo, que no parece tener visos de resolverse en un futuro próximo y remoto de la economía de mercado. Somos animales racionales condicionados por tres fuentes principales del ser humano: violencia, conocimiento (inteligencia) y dinero. Triste es reconocer que la violencia que se emplea para matar va unida inexorablemente al poder, al ejercicio del poder que no acata normas ni leyes… Solamente ésta (la violencia) será ejecutada para castigar, hacer daño, matar. Resumiendo: es el miedo a la muerte que todos llevamos dentro de nuestro ser. Y es que el miedo es libre.

Los tiempos han cambiado a escala mundial: la droga, la sociedad de consumo, el paro, la pérdida de valores… han creado la sociedad actual

Y es que los tiempos han cambiado sobremanera a escala mundial. Tenemos que pensar que la droga, la sociedad de consumo, las costumbres que invaden muchas veces nuestro derecho a la intimidad, el paro gigantesco que amenaza con la muerte por inanición de tantos y tantos seres humanos, la falta de educación en todos nosotros (y aquí es humano que me incluya y entone mi ‘mea culpa’ correspondiente), la pérdida de valores éticos elementales -igualdad, tolerancia, solidaridad, paz, respeto; sin olvidarnos nunca de la amistad, creatividad, placer, ternura y profesionalidad-, y el sentido común, que es el menos común de los sentidos… han creado la sociedad actual.

Cualquier psicópata de turno, que no tenga nada que perder, se convierte en protagonista de cualquier suceso espeluznante: coge un rifle, que obra en su poder, y dispara repetidas veces contra unos pobres chicos, que cursan estudios primarios o secundarios en cualquier centro educativo ubicado este mundo de Dios causándoles la muerte pronta. Si se le pregunta al susodicho psicópata el porqué de su conducta, con respecto a los hechos acaecidos, responderá: «He cometido el hecho delictivo… por rutina». «Porque mañana no desayunaría, no me lavaría las manos, no me levantaría de la cama, no leería los periódicos…», terminará expresando. De aquí las tragedias humanas en el mundo, que suceden -cierto es- pero que muchas veces no tienen fácil explicación.

He tratado no mentir, aunque uno lo haría en dos casos muy concretos: a) para salvar la vida de un ser humano, y b) para elogiar la belleza de una mujer -parto de la base de que para uno existen tan sólo mujeres menos guapas, pues toda mujer tiene su encanto… Y quien diga lo contrario está mintiendo como un cosaco, con permiso de los cosacos-. Pero qué gran grandeza de corazón tienen las personas que aman a las mujeres, y qué sentimientos más humanos poseen los que logran salvar la vida de cualquier ser humano: no soy partidario de la pena de muerte, y mis ojos miran a las mujeres llorando lágrimas de invierno, que son más emotivas que las lágrimas de verano.

Todos estos temores que nos amenazan al mismo tiempo, nos conducen inevitablemente al gran miedo que todos llevamos dentro: nuestro miedo a la muerte

«¡Hoy tengo un mal día! ¡Todo lo veo negro! ¡Me duele el corazón!», solemos decir, como si dicha víscera muscular fuera capaz de detectar dolores. Dentro de estas afirmaciones y otras similares llevamos inserto un mundo de miedos -fobias, muchas veces-: miedo al amor, al infarto de miocardio, al cáncer, al Sida (síndrome de inmuno-deficiencia adquirida), miedo a perder la cabeza, miedo al sufrimiento, miedo al dolor, miedo a la violencia: tantos miedos juntos crean barreras, barreras en nuestro intelecto. Todos estos temores que nos amenazan -en los prolegómenos del siglo XXI- al mismo tiempo, nos conducen inevitablemente al gran miedo que todos llevamos dentro: nuestro miedo a la muerte.

Globos, globos de ilusión, muchos globos de ilusión -llenos de sentimientos e ideas de paz- harían falta para que, mediante un suave aterrizaje, se depositasen sobre los cerebros de nosotros los humanos tan llenos de odio y venganza, y que desterrase para siempre esa bestia negra que todos llevamos dentro: el placer de matar por matar. El hombre es el único animal racional sobre la tierra que experimenta y pone en práctica este último. Porque todas las personas han sentido miedo alguna vez en su vida. Y dado que aquellas son distintas según sus culturas, éste es intercambiable en el ámbito mundial. Podemos hablar del miedo español, del miedo americano, del miedo ruso, etc. Y ahora vuelvo a aludir a lo de las diferentes culturas, que definen a un país con respecto a otro. Por lo que es conveniente venir en conocimiento de que cada persona posee su miedo, que es personal e intransferible.

La Coruña (España), 16 de marzo de 2013

Copyright Mariano Cabrero Bárcena es escritor

 

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